Jesús el Esposo – Parte 1

by | November 4, 2011

La identidad de Jesús como el Esposo revela su celo, su lealtad y su deseo por nosotros. Cuando nos dedicamos a contemplar la revelación de Jesús como el Esposo, tocamos esa parte de su identidad que con mayor claridad revela su pasión y gozo. Nos encontramos con la ternura y el afecto que disipa el temor y la vergüenza. Nuestros corazones se avivan en amor y obediencia cuando comenzamos a vivir en la confianza de este deseo y celo divino.

Aunque podemos estar familiarizados con algunos pasajes que señalan este entendimiento de Jesús como el Esposo (Mt. 9:15, 22:2; 25:1, etc.), lo que puede ser nuevo para nosotros es que cuando Jesús se proclamó a sí mismo como el Esposo en el Nuevo Testamento, Él estaba conectándose a sí mismo con una identidad que ya se encontraba en las mentes de su pueblo: el Esposo del Antiguo Testamento.

Esta parte de su identidad como el Esposo siempre ha sido cierta y Él la revela continuamente. Entender esta parte de la identidad del Señor como algo que Él siempre ha comunicado de sí mismo a su pueblo confronta todas las ideas falsas acerca de Él como un Dios que es distante, indiferente o estoico. El testimonio de las Escrituras confirma que desde el principio de la creación, Dios, según sus propias palabras acerca de su carácter, y al testimonio de los profetas, es Aquel que es sumamente celoso por su heredad y Aquel que es movido con un deseo ardiente por los suyos.

Convertíos, hijos rebeldes, dice Jehová, porque yo soy vuestro esposo. y os tomaré uno de cada ciudad, y dos de cada familia, y os introduciré en Sion. (Jer. 3:14)

La revelación de Dios como el Esposo de su pueblo habla específicamente de su pacto de amor. El contexto del pacto es la relación matrimonial y ese siempre ha sido su lugar legítimo. Desde el principio, el matrimonio siempre se ha tratado de un pacto. Dentro de las relaciones humanas, ningún lazo relacional supera el lazo del matrimonio, incluyendo el grado de proximidad, la riqueza de la intimidad y la profundidad de la fidelidad. Desde el principio, Dios ha revelado su amor por su pueblo por medio de esta gloriosa relación. No es que Dios haya señalado a la relación humana más alta y dijera, «Así es cómo soy yo». Más bien, Dios instituyó el matrimonio humano para reflejar algo eterno de su propia identidad (Ef. 5:31-32). El entendimiento del amor de Dios como el Esposo es parte central de su identidad como Dios.

Y el hombre dijo: Esta es ahora hueso de mis huesos, y carne de mi carne; ella será llamada mujer, porque del hombre fue tomada. Por tanto el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne. (Gn. 2:23-24)

PORQUE TU ESPOSO ES TU HACEDOR, EL SEÑOR DE LOS EJÉRCITOS ES SU NOMBRE; Y TU REDENTOR ES EL SANTO DE ISRAEL, QUE SE LLAMA DIOS DE TODA LA TIERRA. (Is. 54:5)

Después de la caída del hombre, Dios llamó nuevamente a su pueblo a hacer un pacto con Él. Sinaí fue llamado el lugar de su desposorio. Continuamente el Señor se refiere a la rebelión e idolatría de su pueblo como «prostitución/adulterio espiritual», una acusación encontrada solamente dentro del contexto del matrimonio. Aun el gran mandamiento de amar al Señor con todo el corazón, toda el alma, toda la mente y todas las fuerzas, se encuentra dentro de una atmósfera inmersa por el amor que es sellado en un pacto nupcial.

Ve y clama a los oídos de Jerusalén, diciendo: «Así dice el SEÑOR: «De ti recuerdo el cariño de tu juventud, el amor de tu desposorio, de cuando me seguías en el desierto, por tierra no sembrada». (Jer. 2:2)

Amarás al SEÑOR tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y diligentemente las enseñarás a tus hijos, y hablarás de ellas cuando te sientes en tu casa y cuando andes por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. (Dt. 6:5-7)

Para una humanidad adulterada por el pecado la Biblia revela el drama de un Dios amoroso que recupera para sí mismo a una virgen pura entregada fielmente a su único esposo.

Porque celoso estoy de vosotros con celo de Dios; pues os desposé a un esposo para presentaros como virgen pura a Cristo.  3  Pero temo que, así como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestras mentes sean desviadas de la sencillez y pureza de la devoción a Cristo.  4  Porque si alguien viene y predica a otro Jesús, a quien no hemos predicado, o recibís un espíritu diferente, que no habéis recibido, o aceptáis un evangelio distinto, que no habéis aceptado, bien lo toleráis. (2Cor. 11:2-4)